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El día que echaron a Anderson Murillo de la clase de inglés


Esta historia empieza el Sábado 9 de Junio de 2001, cuando mi padre decide llevarme a los toros como premio por ir sacando buenas notas, era la corrida del cierre de aquel San Isidro e íbamos a los abonos de mi abuelo en el Tendido Alto 3, a ver a “Los Victorinos” y a uno de sus toreros favoritos, un tal “Esplá”...Casi nada.


Yo tenía doce años, y había visto más toros en el campo que en la plaza, por lo que me enteraba de entre nada y muy poco de lo que ahí estaba pasando. Encima el carácter recio y castellano de mi padre, tan parco en palabras, y su particular liturgia de ver los toros en silencio “para él”. No ayudaba en nada...Todo cambió en el cuarto, cuando un picador de nombre Anderson Murillo TOREÓ A CABALLO.


Me acuerdo como si fuera ayer: De la emoción de aquel tercio de varas, del “RunRun”, del movimiento y ruido en los tendidos, de las voces y gritos de los presentes, de las ovaciones y palmas, de la manera de levantarse y gritarle “Torero, Torero, Torero!!!”... Menudo espectáculo, ahí se respiraba: fiesta, alborozo, alegría, respeto, admiración y sorpresa. Se picó entre la Puerta Grande y el burladero del Ocho, y olía a TOREO hasta en el alto del Tres.


Luis Francisco Esplá lució en varas al cárdeno “Bodegón”, que tenía un antojo en el ojo derecho, y eso le hacía más carismático y personal para un niño de doce años... Y entonces apareció Anderson Murillo, con una chaquetilla cargadísima y centelleante de Oro Inca de 24 quilates, que fue antorcha para la mecha de mi afición.


Yo recuerdo a mi padre en pie emocionado, gritando, intercambiando opiniones con sus compañeros de abono. Miraras donde miraras en aquella plaza de “No hay billetes” veías la emoción y alegría en las caras, de estar viendo un verdadero tercio de varas. Un toro puesto de largo y un picador toreando a caballo de punta a punta, esos susurros y ruegos mientras el toro tardeaba y dudaba, esa tensión e incertidumbre de ver como sería su pelea en el peto, aquel colombiano citando al toro a pleno pulmón y ofreciendo los pechos del jaco gallardamente, para más tarde echarle el palo y cogerlo en toda la yema hasta en tres ocasiones... La plaza entera despidió de pie al varilarguero. Le tiraban sombreros, gorras, flores, le jaleaban desde las andanadas. La gente quería tocarle y estrecharle la mano, darle las gracias, se estiraban desde su asiento a su paso, como si de un Santo, una Virgen o un Cristo de Semana Santa se tratara. Hubo un momento en el que en la plaza sólo estaba Anderson, hasta que se metió con el caballo por la puerta de cuadrillas, tal era la luz que desprendía....


Esplá estuvo muy bien con aquel toro, y cuando estaba dando la vuelta al ruedo, hizo salir a Murillo para acabarla de dar juntos, ante el clamor de un Madrid roto... Una imagen que absolutamente todos los que tenía a mi alrededor me dijeron “Que nunca habían visto”. Y que con el tiempo y la madurez he ido sabiendo apreciar y valorar más y más. QUE SUERTE LA MÍA!


Tanto me caló aquello, que al Lunes siguiente, lo primero que tenía que hacer al llegar a clase era contarlo. Así que a primera hora, en mitad de clase de Inglés, con Dña. Rosa ( un cielo de mujer), subido a la silla y dando voces “De vente toro, Vente!!!“, levantando la vara y moviendo toreramente al jaco... Pude picar hasta el tercero. Al cuarto estaba de camino al despacho del director, con un parte de conducta.


Inglés lo acabé aprobando con el tiempo, y Dña. Rosa cada vez que me ve, me recuerda aquello entre carcajadas...Lo de aprobar eso de “ser buen aficionado” me está costando algo más, pero estoy en ello.


Gracias Anderson Murillo.

Gracias por descubrirme la magia y belleza del Tercio de Varas, por hacer lucir el oro que vestías. Ojalá piques muchos toros ahí donde estés, y sigas creando tanta o más afición de la que aquí has dejado. Descansa en Paz Maestro.


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